miércoles, 3 de marzo de 2010

martes, 9 de febrero de 2010

VIDA Y TIEMPOS DEL CHIVO VIVO fábula mexicana para y desde la era del hipertexto

“Si quieren leer a un escritor que pretenda algo, lean el Laberinto de la Soledad.
Es muy bueno. Y dejen de leer esto”

—El Chivo Vivo, humilde narrador.

“Si no nos reímos. Todo se va a la chingada.”
—cita apróximada de Polo Polo.


Soy un nieto de España, una tierra que no conozco. Tambien soy un hijo de Mexico, lo cual me hace acreedor, junto con todas las personas nacidas en este territorio a hermandad nacional. Cuando cruzo las puertas de mi casa, no es muy seguido que puedo ver las señales de una hermandad.

Lo que si puedo ver, y me tomo algo de tiempo, es que la mayoria de la gente a mi alrededor son bisnietos de España y tatara tatara nietos de Mexico.

Habiendo escrito las lineas anteriores, voy a retomar el tema incomodo que como un fantasma en el purgatorio azteca, aun embruja nuestra nacion con la vergüenza y la culpa.

Tambien aclaro desde el principio que no pretendo ser el chivo expiatorio de nadie, y que cualquier sentimiento (¡cualquiera!) que estas palabras despierten en el lector, esta siendo despierto en él o ella, y dejo que en su conciencia se trabajen.

Al critico de estas lineas tambien advierto sobre un peligro que corre el alma al criticar:

Un crítico no es más que un escritor que escribe los contenidos de su alma que él mismo no se ha atrevido a develar con sus propias palabras.

En fin, lo escrito escrito está y ahora es tan tuyo como mío para que hagas con esto lo que te venga en gana.

I

AL CHIVO VIVO LE HUELE A RATA PODRIDA

Digo que soy un tataranieto de España y el corazón se me llena de miedo. Llamémosle paranoia. Será que con el paso de los años, me di cuenta que el grueso de la población aún no se siente cómodo con el fantasma ibérico de nuestra historia. Será porque cada doce de octubre, ejércitos de mestizos enfurecidos y de criollos de segunda, octava o vigesimo sexta generacion, se lanzan en batalla de jitomatazos contra una inerme estatua de Cristóbal Colón que contempla el eterno retorno desde un pedestal de piedra en paseo de la Reforma.

Será porque la rata podrida del Sistema de Castas novohispano fue encajonado en los confines de la conciencia y su hedor es tan insoportable que preferimos lanzar batalla hacia fuera antes de exhumar el cadáver de la rata y fumarnos de golpe su honesto olor a podrido.

Será el sereno.

Será paranoia.

Será que veo mi vergüenza y mi culpa en el espejo cuando veo que mi cara se parece más a la de Hernán Cortés que a la de Nezahualcóyotl. O a la de Miguel Hidalgo que a la del Pípila.

O que pienso que el violento conflicto zapatista, más que obsoleto para el negocio de los medios de comunicación, trae más daño que bien al Estado de Chiapas.

Llamenme ignorante, llamenme inconsciente, o llamenme por mi nombre. Soy el Chivo Vivo.

Y desde que no era más que un chivatón he vivido una vida bastante cómoda, y cuando abro los ojos veo que la vida no es así para la mayoría de la hermandad nacional. Pero a mi me dijeron que el Sistema de Castas desapareció con nuestra guerra de independencia. Y que como todo buen Padre, Miguel Hidalgo, dejó a la patria de sus hijos un hogar soberano. (Y que todo hijo del mismo padre es hermano de su hermano).

Me huele a gato encerrado, me huele a rata podrida, me huele a la Revolución Mexicana (a la que nunca nos hemos atrevido a llamar con el nombre de Guerra Civil), me huele a Chiapas.

Y como reza uno de tantos aforismos zapatistas:

“No habrá perdón y no habrá olvido…”

Creo que sigue algo más pero ya se me olvidó. El lector quizás aún lo recuerde.

Me huele a gato encerrado, porque aunque las razas nativas y los mestizos hayan recuperado el trono presidencial, nadie lo llama el trono del cacique. Porque cuando veo a Benito Juarez en el billete de 20 pesos, no trae puesto el penacho de Nezahualcoyotl, sino que está vestido con las galas de la etiqueta francesa.

El penacho de Moctezuma está en Austria.

II

VIDA Y TIEMPOS DEL CHIVO VIVO

Como cualquier otra historia, hay que empezar desde el principio. Y quienquiera que piense que su historia empezó cuando asomo su cabecita por el conducto materno está dejando fuera la historia que lo llevo a ese primer sabor amargo de la vida en carne y hueso.

Desde el principio:

Todo ser humano viene de África. Quien lo dude, que lo investigue. Harina de otro costal.

Como bien sabemos, África estaba en sus inicios poblados por negros (no por Afroamericanos). Y como la vida en África fue y es sólo para los más duros, hubo gente que tuvo que salirse de ahí.

Y muchos se fueron al norte, a la cuenca del Nilo, al fértil valle de Mesopotamia, a las remotos y no menós fértiles tierras de China, a los bosques europeos, a Rusia y al estrecho de Bering, y más alla. Harina de otro costal.

Y ahí, las azarosas peculiaridades de la madre tierra transformaron lentamente a los tataranietos de los negros. Harina de otro costal: Charles Darwin.

Quizás sea bueno reparar en el hecho de que en los inicios de la aún inconclusa odisea nomádica, nuestros ancestros comunes no tuvieron el tiempo de sentarse y aprender a escribir.

Piensen en esto: cuán tardado y difícil sería aprender a escribir sin un maestro. Les confieso que el Chivo Vivo ha tenido varios y aún no aprende. Cabra Cabrona, Chivito Cabrón.

Y como nadie escribió de esto, a todos se les olvido cómo fue que llegaron los chinos a China, los griegos a Grecia, los Españoles a España, los Aztecas a Tenochtitlan, etc. Harina de muchos otros costales.

Muchos otros.

Volvamos a la harina que nos corresponde, y escuchen la historia de un inquieto chivato español que, aburrido o pobre, abándono la península para instalarse en la Vieja Nueva España, que desde hace tiempo ya portaba, orgullosa, el nombre de México.

Tuvo familia, hizo dinero. Y creo que es momento para que el Chivo Vivo les revele, desde la seguridad de su alter ego, el nombre real de éste Chivatón. Se llamaba Evaristo Madero. Bisabuelo por su segunda esposa de mi abuelo. Abuelo, por su primera esposa del fallecido presidente Francisco I. Madero.

Y con el pecho hinchado que le permite su máscara, el Chivo Vivo, su humilde narrador, reitera en esta confesión que esto es la pura verdad. Harina de otro costal.

Pero no tanto. Porque todavía no llegamos al día en que el Chivo Vivo asomó sus incipientes cuernos y su babosa cabecilla barbuda por el conducto materno.

Evaristo era dueño de un latifundio grande en Coahuila, esto les puede causar indignación a muchos. Pero Evaristo ya descansa en paz. Su nieto, Francisco Indalecio, tuvo una infancia y una juventud bastante cómoda, dividiendo su tiempo entre las Haciendas familiares de Coahuila, en el norte de México, y las academias y las calles de Paris y el resto de Europa.

Por esas mismas fechas, el Presidente de México Don Porfirio Díaz, otro admirador de la Republica Francesa, mantenía al país en un estado de relativo orden. La patria cumplía su primer centenario y, a decir verdad, estaba más calmado que nunca después de un tumultuoso siglo de caudillos.

Harina de otro costal: Enrique Krauze. Léanlo.

Porfirio Díaz, el último caudillo, un indio amante de Dios en tierra de indios. Pobre…tan lejos de Dios y tan cerca de Francia. Había gozado y sufrido en el trono del cacique presidente durante treinta años, y a muchos les pareció que ya estaba listo el país para un cambio de aires. Quizás aires más parecidos a los que soplaban desde la Federación de nuestros vecinos del norte o a la que venían de allende los mares desde la República Francesa.

Y estalló algo a lo que se le llamó Revolución Mexicana, aunque quizás valga reparar en que para Estados Unidos y Francia, la Revolución fue su guerra de independencia.

Harina al fin y al cabo: Guerra Civil Mexicana.

Y es que, una vez derrocado el dictador, empezó la verdadera revolución: Emiliano Zapata. Y cuando acabaron los balazos y se firmó la constitución siguiendo las exigencias de la etiqueta francesa, se le consideró terminada.

Y se consideró que fue de a gratis que el partido que gobernó por los siguientes setenta años terminara por llamarse el Partido Revolucionario Institucional.

Revolución Mexicana terminada: mis cojones.

Y fue bajo la presidencia (¿reinado, cacicazgo? ¿Importa?) del antepenúltimo presidente revolucionario institucional en la Gran Tenochtitlan—Ciudad de México, que para bien o para mal, para fama o para infamia, salió dudoso el Chivo Vivo de la comodidad del útero.

Nacido un orgulloso hijo de México en un país tan orgulloso, tan enojado, culpable y avergonzado como él mismo. Y tan chingón como él mismo.

¿Ja Ja?

Les pregunto porque no sé. No tengo la menor idea.

II

CÓMODA INFANCIA DEL CHIVO VIVO EN UNA REALIDAD INCÓMODA

Harina de otro costal:

Si quieren leer a un escritor que pretenda algo, lean el Laberinto de la Soledad. Es muy bueno. Y dejen de leer esto. Una vez que hayan leídolo, si gustan, continúen aventurándose en el laberinto mental de éste, su solitario y confundido narrador.

Léanlo para que sepan porqué digo, sin el menor temor a equivocarse, que México es un país de chingones. Se van a reír…espero, porque como decía alquien más sabio que yo:

Si no nos reímos, todo se va a la chingada.

Y por azares de la Santísima Providencia, el Chivo Vivo creció riéndose mucho y llorando otro tanto. Sería mentira decir que no fue cómoda su niñez, pues el padre del Chivo Vivo se quebró el lomo correteando al chivo (trabajando).

Sus primeras memorias ocurren en distintas ciudades del país hasta echar raíces en una muy cómoda y relativamente modesta zona residencial. Y de ahí no salía mucho. Pueden llamarlo paranoia, pero los padres del chivo vivo suponían con mucha seguridad que vivían en una ciudad cada vez más violenta.

Pueden llamarlo Paranoia. Pueden llamarlo ignorancia. Pueden ir a Tepito y juzgar por ustedes mismos si está cabrón o no. El chivo vivo hasta la fecha, de Tepito solo conoce la leyenda.

Pero quedémonos en lo que el Chivo Vivo si conoce: vio un México muy distinto al suyo a tan solo unos metros de su casa.

Puedo buscar y rebuscar para pintar estas frases de colores, pero mejor les canto el canto de mi percepción:

No era un México indio. Tampoco un México español. El México de los hijos de Cortés y la Malinche. Enfurecidos quizás con ambos padres por haberse dignado a compartir el lecho un asesino y una traidora.

Y conforme fue creciendo, esto fue cada vez más claro y cuando veía la estatua de Colón embarrada en jitomatazos, fue como si se viera en el espejo. Y sintió enojo, y ante la abrumadora mayoría de mestizos enfurecidos, el enojo se volvió culpa y permaneció
inocuo al fantasma de su pasado nacional que comenzaba a embrujarlo.

Y este Chivo, incapaz por disposiciones que el mismo desconoce, a asestar un golpe a quien sea, se dedico a escribir sobre lo que veía, y a arrojar sus escritos al viento para ser desgarrados y rearmados por el fantasma de la Historia.

Y al escribir en la comodidad de su casa, aparecieron de nuevo la abrumadora culpa y la vergüenza y la rabia. Y quizás la paranoia de convertirse en un Chivo Expiatorio como la inerme estatua de Cristóbal Colón.

Su mente quedó en blanco y solamente pudo parafrasear al más recordado y más lacerado Chivo Expiatorio, al Cordero que con su sangre intentó con dudoso éxito lavar la humanidad de todos los descendientes del Adan negro:

Perdonenme, hermanos, que no sé lo que hago.

¿Ja Ja?

lunes, 24 de agosto de 2009